Para liderar, es necesario servir. Ningún individuo que pretenda dirigir a otros individuos, puede permitirse hacerlo sin ser una persona orientada al servicio. Cuando un individuo ha sido puesto en una posición de poder por otros individuos (en principio con igualdad de condiciones), para que realice determinadas funciones y administre determinados recursos y olvida que una vez en ese puesto de poder ha sido puesto por otros y no por sí mismo, este individuo pierde el norte de sus funciones como líder. El líder es líder, solo porque otros han determinado, de forma consciente o no, que lo sea. No existen líderes sin seguidores. Esa fe del seguidor en el líder, inexorablemente, debe ser retribuida con buena voluntad. Cuando es retribuida con mala voluntad, mala gestión y equivocada gestión de los recursos, las consecuencias son el aprovechamiento particular, alejado del bien común.
Ningún individuo que se encuentre en algún puesto de poder puede permitirse a sí mismo liderar sin servir. El servicio es necesario para cualquier individuo que intente ser reconocido por sus semejantes como un líder o como una figura o modelo de autoridad. La autoridad sin respeto por el otro y sin vocación de servicio es una autoridad basada en el poder del terror y no en el poder del amor. El poder del amor y no el amor por el poder, es un ingrediente necesario (aunque no suficiente) para realizar un trabajo exitoso. La autoridad debe respetar al otro y demuestra su respeto no en palabras, sino en su gestión. Un líder exitoso se vuelca al servicio y es los hechos de su gestión lo que hablarán por él, no los discursos llenos de palabras insufladas de emociones.
No es posible concebir la función del liderazgo y servicio hacia un colectivo, grupo, ciudad, nación sin concebir en ella a todos los individuos. Ningún líder que se precie de ser bueno, puede concebirse a sí mismo en su función como un líder de un grupo excluyendo a otro grupo. Intentar gobernar de esa forma es mezquino y arbitrario. Implicaría desconocer a otras personas que son tan humanos como aquellos que han decidido darles un apoyo directo. Aunque un líder determinado pueda llegar al poder por medio de la voluntad de un grupo concreto, debe siempre recordar que el servicio es para todas las personas independientemente de ideologías, dogmas, creencias, razas y géneros. El amor es universal y debe ser el amor lo que guíe la gestión del líder. Pretender excluir a las personas desde el liderazgo es peligroso, genera odio y resentimiento. Es preferible un líder excluido desde las bases a un líder que excluya a un sector de las bases.
Para liderar, es necesario servir. Para liderar, es necesario servir. Quien concibe la función del liderazgo alejado de las necesidad de aquellos que le emplazan como líder, es una persona destinada al fracaso más duro y monumental, porque en el servicio se demuestra el aprecio por aquellos que son dirigidos y el aprecio por los recursos que le son asignados para administrar. Es necesario indicar que en su conducta, el líder modela a quienes le observan. El que ama, enseña a amar. El que desprecia, enseña a despreciar.
Es necesario servir y amar lo que se hace. Si en la función de liderazgo el punto focal de la gestión está orientada al beneficio particular y no al bien común, la persona que lidera está destinada al fracaso. Cuando un líder está orientado al bien común, en consecuencia está sentando las bases para que cada persona desarrolle al máximo sus potencialidades y sea beneficiada de acuerdo a sus propios esfuerzos, capacidades y limitaciones. El bien común en ocasión del servicio y el amor puesto al servicio de las personas, al final del día, en el ocaso de las funciones, redundará en un beneficio particular, porque solo aquel que busca el beneficio de todos puede conseguir la gloria, el triunfo y el éxito para sí mismo, porque aquello que hace a los demás, lo hace para sí mismo.
Autor: Daniel Rojas Salzano
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