Pequeñas piezas de un rompecabezas

Para lograr nuestros ver nuestros propósitos materializados se requiere constancia y trabajo, disciplina y acción. Nuestras metas y proyectos más grandes generalmente están constituidos por acciones más pequeñas. Para lograr concretar alguna meta en nuestras vidas es necesario siempre lograr concretar otras acciones más pequeñas que al final, todas juntas, conforman esa meta más elevada que nos hemos propuesto.

Por muy grande que sea o pequeña que sea nuestra meta, siempre está compuesta por otras sub-metas. Si queremos tener éxito en materializar aquellos propósitos que nos trazamos, siempre es importante ser capaces de identificar esas sub-partes que le conforman y poder ir concretando uno a uno hasta lograr conseguir ese todo más grande que nos habíamos trazado inicialmente.

Una meta que nos trazamos cumplir o un sueño que nos proponemos materializar, siempre es mucho más grande que la simple suma de esas sub-partes en la cual hemos dividido ese propósito global. El hecho de dividir una meta en varias partes no es más que un tecnicismo, empero, un tecnicismo necesario para hacer más viable la consecución de nuestras metas o proyectos.

Los sueños, metas o proyectos, así como debemos dividirlos en varias partes para poder cumplirlos, debemos tomar en cuenta que estos tienen dos dimensiones en cuanto a espacio y tiempo. Estos deben ser realizados en lugares físicos determinados, existen una serie de recursos materiales determinados para poder hacerlos realidad y para poder conseguir trabajar en ellos. Así mismo, tienen una dimensión en cuanto a tiempo y esta a su vez tiene dos vertientes, siendo la primera una dimensión vinculada con el momento en el cual deseamos ver materializado nuestro propósito, así como el tiempo que le dedicamos a materializar aquello que estamos soñando, planeando o proyectando.

Vivir el sueño se trata de que una vez materializado aquello que tanto anhelábamos ver hecho realidad en un momento dado, podamos ser capaces de vivirlo, disfrutarlo e incluso generar cambios positivos en nuestras propias vidas de manera tal que eso por lo que hemos trabajado venga a enriquecer nuestra experiencia de vida y podamos conducir a su vez nuestra propia experiencia dentro de los marcos vitales que establecen estos elementos.

Autor: Daniel Rojas Salzano

No sé quién soy

No sé quién soy
ni para qué estoy aquí,
algunas veces parece que soy una pieza
de algo más grande que yo,
el sueño de alguien que me sueña,
otras veces soy el capitán de mi vida…
Entre estas impresiones me encuentro,
con un corazón descorazonado,
con un alma esperanzada,
lágrimas trabadas en mi piel,
con murmullos,
silencios amplios entre el cielo y la tierra.
Autor: Daniel Rojas Salzano

Observar lo que hace falta observar

Enfocados en la carencia, solemos observar aquello que no tenemos, aquello que hace falta, lo que no se logra, lo que no se consigue aprobar. Nos enfocamos tanto en aquello que deviene en error, tanto en lo que no se hizo que muchas veces perdemos la oportunidad de generar nuevas ideas, generar soluciones. Nos enfocamos tanto en los detalles, que dejamos de observar el territorio entero de cosas buenas que pueden estar junto a aquello que está dentro y fuera de nosotros. Enfocamos los detalles del bosque, obviando así, al bosque entero.

Observamos con prioridad los errores de los demás. Cuando alguien comete algún error, cuando no hace lo que habríamos querido, entonces nos enfocamos de manera fija en esa situación, cuando posiblemente esa persona sea capaz de realizar mejor otras cosas más. Incluso etiquetamos a las personas de una manera tan injusta e inequívoca que todo lo observamos a través del cristal de esa lente; todo lo que pensamos, sentimos y hacemos por ese otro está matizado por esa opinión previa, sin poner nuestro juicio en suspensión.

Continuamente (e inconscientemente) pretendemos que los demás satisfagan nuestras propias necesidades, que realicen lo que nosotros queremos sin dejarles oportunidad de hacer aquello considerado correcto (por ellos). Nos empeñamos consistentemente en que los demás hagan las cosas de la forma como nosotros creemos deben ser hechas y cuando hacen las cosas de la forma que ellos creen que es correcta y sin consultarnos, elaboramos juicios negativos e incluso, nos sentimos de alguna manera desplazados. Somos muy duros ante el error ajeno y blandos ante el error propio. El yerro ajeno salta ante nosotros como una liebre despavorida mientras que nuestras erratas son topos que se esconden en la tierra y nuestra cabeza simula un avestruz.

En esos equívocos, en esas acciones en las que estamos en desacuerdo, somos capaces de hablar de lo negativo de los demás de forma interminable, con argumentos incuestionables. Somos capaces de criticar incesantemente a otros como si nuestra manera de proceder fuese la única correcta, la válida. En cualquier caso, lo más que hacemos es ver hacia afuera con una desconexión ciega e irreflexiva de nuestra propia vida y la interioridad de nuestro ser. Haciendo analogías, no en vano el ser humano tiene un mayor conocimiento de la galaxia y las estrellas que de las profundidades de los mares y océanos que están en nuestra madre tierra.

Lo anterior me remonta a la historia de Jesucristo y la adúltera. Cuando el pueblo se disponía a apedrearla, el argumento del maestro fue el siguiente: «quien este libre de pecados que lance la primera piedra». Más allá del hecho histórico, creo que existe un isomorfismo psicológico y filosófico muy importante en esta historia. Las piedras representan nuestros juicios y la prostituta las personas que en muchas ocasiones han sido vejadas o vilipendiadas por nuestros veredictos. Jesús viene a ser la voz de la conciencia, clara y brillante, que nos señala un camino de crecimiento. «Quien esté libre de pecados…» y ya sabemos el resto. La gente se fue. Haciendo la relación, los juicios cesaron, no fueron disparados los dardos con el veneno que corroe nuestros espíritus.

Es muy importante poder observar hacia adentro. Incluso, observar nuestra vida interior e intentar contemplarla sin las pasiones estériles de los juicios, sino por el contrario, con el firme propósito de conocernos más, de contactar con nuestras necesidades y evitar lanzarnos piedras a nosotros mismos que al final hieren el espíritu nuestro y mancillan nuestra humanidad. Es muy importante poder observar hacia adentro. Conocernos más a nosotros mismos es una garantía de poder conocer más a los otros o al menos, tener una concepción más libre y justa de los demás seres humanos. Ya lo planteaba el aforismo griego en el Templo de Apolo en Delfos «conócete a ti mismo».

La necesidad de conocernos, de observar hacia nosotros mismos, de no perder el tiempo mal juzgando a los demás, debe ir orientada por otra parte hacia el desarrollo de nuestras propias capacidades, promocionar aquello que nos gusta, no perder tiempo odiando y criticando todo lo que para nosotros es malo, negativo. No se trata tampoco de volvernos hipócritas y endulzar los oídos de los demás con palabras baldías cuando nuestros sentimientos no se corresponden, teniendo una relación de doble faz con quienes nos rodean.

¿Cuántas veces entonces nos hemos vuelto opinantes de oficio, dando veredictos para aquello que nadie nos ha pedido que lo hagamos? Es posible que opinemos mucho sobre cosas que sabemos muy poco. Sobre quienes sabemos muy poco. Seguramente es poco lo que intentamos saber sobre las circunstancias de los demás. Entender a los demás en su justa dimensión humana, lo cual les confiere la capacidad para tener aciertos y desaciertos. Todos tenemos aciertos. Todos tenemos desaciertos.

Al final, todo se resume en ser más objetivos con las personas que nos rodean, tratar de valorar lo bueno de los demás en mayor medida y observarnos más a nosotros mismos, observar más de cerca nuestras propias acciones. En la medida que nos conozcamos más a nosotros mismos y seamos capaces de ver más en profundidad nuestra propia esencia, sin intentar fisgonear en las vidas ajenas, en esa medida podremos tener más paz interior, sin dilemas esenciales y existenciales espurio, porque solo podemos estar en paz con nosotros mismos aceptando nuestras propias fortalezas y limitaciones que también están en quienes nos rodean. Es un imperativo conocernos en profundidad a nosotros mismos.

Autor: Daniel Rojas Salzano

Oda a la belleza del lenguaje

Decía Uslar Pietri: «La palabrota que ensucia la lengua termina por ensuciar el espíritu. Quien habla como un patán, terminará por pensar como un patán y actuar como un patán. Hay una estrecha e indisoluble relación entre la palabra, el pensamiento y la acción. No se puede pensar limpiamente, ni ejecutar con honradez, lo que se expresa en los peores términos soeces. Es la palabra lo que crea el clima del pensamiento y las condiciones de la acción».

En nuestro idioma castellano (así como en cualquier otro idioma) existen hermosas palabras. Existen palabras que expresan lo feo, lo odiado, lo repudiado, lo amado, enaltecido y valorado. El idioma y su evolución a través de los siglos es un registro fiel de nuestras circunstancias. Las palabras (tal como lo describe Uslar Pietri), contribuyen con nosotros a configurar el mundo, lo que nos rodea. A través de las palabras que utilizan los otros, llegamos a conocerles. A través de las palabras y la configuración del lenguaje, podemos tocar la fibra más prístina y auténtica del alma de quien nos escucha.

Las palabras, la forma en la cual estas se conjugan, la manera en la cual son utilizadas, denotan cómo las personas piensan acerca del mundo que les rodea. La forma como una persona habla devela el proceso a través del cual contacta con aquello que le circunda, con las personas a su alrededor. La belleza de las palabras nos hacen tener una mejor visión del universo. No sé si más optimista o pesimista, pero al menos, una mejor visión de nuestra existencia. El mundo será más rico y enriquecedor, en tanto aprehendamos un mayor número de palabras a nuestro repertorio para expresar toda una serie de temas que nos pueden resultar interesantes en pro de nuestro propio desarrollo y crecimiento.

El lenguaje, vasto continente de palabras, con unas generales y otras muy específicas, algunas con múltiples acepciones, otras con un solo significado, deviene en un recurso íntimo y personal, una red que se teje a través de los años, de la curiosidad, de la lectura, del ímpetu explorador y la avidez. En fin, las palabras nos dan referencia tanto de nuestro mundo interno como de nuestro mundo externo.

Una persona que no encuentra las palabras para expresar sus sentimientos en determinada situación, es una persona que se encuentra en una posición de desventaja frente a aquello que le sucede. No poder referir lo que se siente es un drama. No encontrar o bien, no tener las palabras necesarias para expresar determinados estados de ánimo, describir la propia realidad material e inmaterial, es andar por la vida gateando a ciegas en una oscura y escarbada cueva intentando arribar a  la salida, hasta donde haya oxígeno y luz para continuar vivo. En muchos casos, sucumbe en el intento, con lo cual se sufre la tragedia de la incomunicación.

El lenguaje no es solo palabras, es también sintaxis. Nada hacemos con palabras mal utilizadas, con palabras que están puestas en lugares que no corresponden. Es posible que nosotros nos entendamos a nosotros mismos, empero, quienes nos escuchen difícilmente encontraran el camino correcto para acceder al campo indispensable de la comprensión. Así mismo, utilizar palabras que no corresponden, combinadas de forma incorrecta, aunque nosotros creamos entendernos a nosotros mismos, será como navegar en un navío hacia el sur con una brújula que nos señala hacia el oeste. En algún punto de nuestro trayecto nos daremos cuenta que nuestra orientación es equivocada o simplemente atracaremos en el puerto incorrecto.

Por otra parte, la belleza más excelsa y elevada de lenguaje es aquella que viene acompañada de acciones, puesto que el lenguaje que no está respaldado por obras, por un testimonio de vida, es como un cascarán hueco, como un globo que se infla infatigablemente pero que en algún momento explota dejando sordos y heridos a quienes escuchan, desconfiando de nuestras palabras. Es mejor demostrar correspondencia entre la teoría y la praxis que una relación desarticulada entre lo que se dice y lo que se hace.

En consecuencia, es necesario promover la belleza del lenguaje, estimular a través de la palabra y la acción el correcto uso del mismo, saber diferenciar entre el lenguaje escrito y el verbal (porque tienen diferencias). Resulta preciso y urgente luchar contra el empobrecimiento creciente y sostenido del idioma. Es preciso que luchemos contra la depauperación de la lengua porque esta carestía lo único que resultará será en generaciones posteriores con una capacidad verbal y escrita reducida a un mundo limitado, incapaz de comunicarse eficientemente.

Debemos ser garantes de la palabra, verbal y escrita. Sembrar el uso de la correcta expresión. Cultivar en el intelecto y en las almas el amor por el lenguaje cabal, hacer de nuestra diaria expresión un ejercicio de desarrollo personal y enriquecimiento continuo, creciente y sostenido. En la medida en la cual seamos capaces de conocer y entender mejor nuestra lengua, nuestro idioma, en esa medida podremos entender de forma más adecuada nuestro mundo, tanto interno como externo. Seremos capaces de tener una comunicación precisa y adecuada, correcta y respetuosa. Nuestra comunicación expresará correctamente, lo que intentamos expresar. Dibujará con rigor, acierto y minuciosidad los sentimientos y pensamientos que habitan en nuestro interior. Identificaremos de exactitud, claridad y concreción aquello a nuestro alrededor.

Autor: Daniel Rojas Salzano

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