Con ese título, ¡Todos son iguales! me refiero a la acción de juzgar y elaborar prejuicios acerca de un tema determinado o sobre personas y/o grupos específicos. La elaboración de prejuicios suele ser una de las acciones más comunes realizadas por las personas, sin embargo, terminan siendo nocivas e infructíferas, tanto si los elaboran otras personas como si soy yo mismo quien los hace.
No se crean que la frase inicial la escribo porque yo no elaboro juicios. Creo que cada vez que tengo una opinión acerca de algo, en la gran mayoría de los casos estoy elaborando juicios y precipitadamente, juicios de valor, que suelen ser aún más nocivos.
Los juicios y los prejuicios suelen formarse como generalizaciones burdas o toscas acerca de grupos. El prejuicio se define como “evaluaciones negativas hacia un grupo o los miembros de un grupo sin considerarlos como individuos” (Taylor, Peplau y Silva, 2006).
Otro elemento de los juicios que elaboramos es que solemos enseñarlos y modelarlos. ¡Exacto! Tal como lo estás pensando, los juicios que tú elaboras acerca de otras personas los aprendiste y si no eres consciente de ellos los estarás enseñando a otras personas, como por ejemplo, tus hijos. El problema es que no nacemos prejuiciosos, no nacemos con creencias pre-concebidas, todas ellas las hemos aprendido de alguien y en algún lugar. Quienes nos observan, pueden con una gran facilidad, aprenderlos de nosotros.
Los prejuicios nos separan de los otros, nos obligan a encasillar a las personas dentro de categorías determinadas, una especie de economía mental para evitar observarnos a nosotros mismos y ser conscientes de cuánto hay del otro en mí.
El juicio se reviste en múltiples ocasiones de una especie de sentido de superioridad. Es como una especie de taburete en el cual me subo para ver al resto del mundo por debajo de mi hombro, pero finalmente utilizo el taburete porque en relación con lo que juzgo me siento inferior.
En otras ocasiones los prejuicios enmascaran profundos anhelos, es decir, juzgo del otro lo que yo quisiera para mí o lo que no soy capaz de hacer, en consecuencia, prefiero emitir juicios que admitir mi necesidad de hacer lo mismo o de tener lo que estoy criticando.
Los prejuicios originan a su vez actitudes, las cuales tienen tres componentes, cognitivos, emocionales y conductuales, es decir, nuestras actitudes se sustentan sobre pensamientos, emociones y comportamientos hacia el objeto, persona, grupo y/o situación sobre la cual dirigimos nuestra actitud. Puedo pensar que determinada persona está equivocada, sentir rabia y en consecuencia, discriminar y elaborar comentarios destructivos. Todo esto con el agravante de que siempre estaré modelando a alguna persona que estará aprendiendo de mí mis propios prejuicios. Es como una cadena que no tiene fin.
Por ejemplo, que existan personas pobres que roban, no significa que todas las personas pobres roban. Porque existen personas adineradas que son codiciosas, no quiere decir que todos los adinerados son codiciosos. Porque una persona de una nacionalidad sea de una forma, no quiere decir que todas las personas de ese país son de esa forma. Porque hayas tenido una mala experiencia con algunos hombres o con algunas mujeres, no quiere decir que todos los hombres son iguales o todas las mujeres son iguales. Parece muy simple y obvio. Incluso pensarás: “¡Es evidente que no todas las personas son iguales!”. Tan evidente y tan difícil de poner en perspectiva. En la práctica elaboramos prejuicios continuamente, determinamos nuestras actitudes con base en los mismos y con frecuencia elaboramos generalizaciones sobre cualquier grupo.
Y te preguntarás, ¿Cómo puedo ayudar a eliminar los prejuicios en mi vida? Como siempre, no existen recetas mágicas para ello, sin embargo, una de las primeras cosas que puedes hacer es valorar tus propias opiniones en privado. Saber si realmente las opiniones contribuyen enriqueciendo mi perspectiva y la de otros. Considerar a las personas de forma individual, como sujetos únicos, con situaciones y contextos únicos. No digo con esto que no puedan existir personas acerca de las cuales tengas opiniones negativas, sin embargo, estas opiniones pueden ser sólo dirigidas hacia una sola persona, evitando hacer generalizaciones.
Obsérvate a ti mismo. Observa tu propio comportamiento. Una de las mejores actitudes que podemos adoptar frente a nuestros propios prejuicios es la compasión. La compasión nos pone más cerca del otro. Es evidente que no nos coloca en los zapatos del otro, sin embargo, nos da una aproximación de la existencia de la otra persona que tenemos ante nosotros.
Y recuerda, algún día también tú puedes ser víctima de los prejuicios de otras personas como consecuencia de tu lugar de origen, religión, orientación sexual, clase social, preferencias, edad, creencias políticas y siempre tendrás la oportunidad de ser compasivo.
Evita los prejuicios. Recuerda, ser prejuicioso empobrece nuestra perspectiva. Revisa tus propias creencias y tu propia vida. Considera a las personas como individuos. Sé compasivo.
Autor: Daniel Rojas Salzano.
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